Sin comerlo ni beberlo, el pequeño Johnny un día dejó de bajar a la playa para solamente mirar el horizonte y, ni corto ni perezoso, subió a una pequeña barca con una vela. Y se lanzó mar adentro.
Su impulso era demasiado fuerte y no zarpar no era una opción.
Así que zarpó bajo un sol sonriente.
Navegó y navegó sintiendo la añoranza de la orilla que dejaba atrás y la vida que había llevado en esa vieja tierra.
El pequeño Johnny lloró. Y lloró. Y lloró aún una vez más…
Miró hacia atrás y vio desaparecer de su vista todo aquello que le era conocido.
Y los vientos empezaron a soplar fuerte. Y empujaron la pequeña barca hacia la inmensidad del océano.
Mar adentro.
Mar adentro.
Más lejos…
Hasta que se vio envuelto en agua azul y verde y gris por todas partes.
Pasarón los días y la barca parecía moverse sola hacia adelante. Incluso cuando los vientos cesaban su murmullo y la vela quedaba destensada.
Un día el pequeño Johnny se froto las mejillas con los puños. Necesitaba limpiarse lo que quedaba de las lágrimas que había llorado. Y su cara quedó rojita y relajada.
De repente, la añoranza del pasado pasó a ser el miedo del presente y quizá del futuro.
Miedo del Vacío por el que nabegaba su barca.
No veía nada detrás y no veía nada delante.
¿Adónde estaba yendo?
Pasaron los días y pasaron los días y la barca cavalgó olas y más olas, mientras el pequeño Johnny estaba sentado en la madera con el corazón en un puño.
La incertidumbre lo azotaba con cada vaivén, arriba y abajo, mientras su viaje extrañamente continuaba a pesar de lo que él pensara o dejara de pensar.
Hasta que por fin, un día, absorto en el cómodo despiste en el que se había hundido, el pequeño Johnny divisó tierra a lo lejos.
¡Su corazón saltó! ¡Sus ojos se abrieron! Se puso en pie y ya no se volvió a sentar en la madera.
Cuando llegó a la nueva tierra, la barca simplemente desapareció y él por fin pisó tierra firme después de aquel viaje de muchos días.
Sus pies desnudos sintieron el orgásmico tacto de una arena blanca y caliente… Para nada era el mismo tacto que recordaba de la vieja playa de donde venía.
Aquello era totalmente diferente y nuevo.
—
Y aquí se acaba la historia del pequeño Johnny y la barca.
—
Y solo me queda decirte que, en esta metáfora, el Despertar Espiritual es cuando el pequeño Johnny dejó la vieja playa, la Realización es cuando el pequeño Johnny divisó tierra y la Iluminación Encarnada es cuando sus pies sintieron el contacto con la arena de la nueva playa.
Y el pequeño Johhny es la Identidad Humana y la barca el Alma que le llevó de viaje.
Vale, y aquí falta un elemento: el Yo Soy. ¿Dónde está? Pues es el sol sonriente, que desde fuera lo observó y lo acompañó durante toda la travesía.
El sol sonriente, sí, que lo vio partir, lo vio ser consciente de la nueva tierra que se aproximaba y finalmente no vio, sino que sintió la arena bajo sus pies…
¿Cómo? ¿No lo vio desembarcar?…
Pues no. Porque no fue el pequeño Johnny quien desembarcó en la nueva playa, fue su Yo Soy a través de él. Ese sol sonriente que, además de no haberlo abandonado nunca nunca en este viaje, había calentado la arena de la nueva playa para poder sentir su propio calor a través de los pies de su preciada Creación biológica.
A decir verdad, al final ya no había ni pequeño Johnny, ni barca, ni nada. Solo había un sol sonriente pisando arena caliente y experimentando la Sensualidad de una Nueva Realidad.
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Bravo, Bravo, bravísimo 👏👏👏👏👏👏♥️
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Hello Guillonauta, I really appreciated the freshness and sensuality of this story. ✨
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Waw!!! Que bonito 💛🧡
¡Gracias, Dayane! ❤️