#39 – La mariposa cantarina

Este es un artículo que escribí hace unos 13 o 14 años y publiqué en otro blog.

En él cuento una experiencia que tuve con un Espíritu Elemental del bosque.

Es un escrito al que tengo un cariño especial, supongo que porque es muy bonito y se nota que sale directo del corazón.

Tenía ganas de compartirlo aquí.

A algunos kilómetros de mi casa hay un bosque de pinos al que siempre voy. Con frecuencia cojo a mi perro y me apresuro por verdes y marrones parajes hasta llegar a mi bosque. Y me siento en mi árbol. Porque tengo un árbol, ¿sabéis? Hace algunos años que prácticamente todas las semanas me permito hacer este sano y suave ejercicio cardiovascular.

Aquel día era como cualquier otro. Llegué sudando bajo el intenso sol del verano a mi árbol y me senté apoyando mi espalda contra él, mi amigo. Até al perro en otro árbol como es mi costumbre (es que es un sabueso muy travieso y se escapa detrás de los conejos). Crucé las piernas y como siempre esperé a que el sudor dejara de fluir por mi redonda calva. Empecé a respirar y a relajarme.

La meditación es siempre diferente. Depende del estado en que uno esté. Depende del día. Depende de la Energía. Depende de no sé qué…

Ese día entré en lo que podríamos llamar un “buen” estado de meditación. Conecté con la naturaleza de mi alrededor. Creo recordar. Y también creo recordar que tuve que girarme y, en vez de mi espalda, apoyé el pecho y la barriga contra mi árbol. Abracé a mi hermano. Puse la mejilla en su corteza y lloré un poco.

No es el árbol más bonito del bosque. Ni el más alto. Ni el que tiene más ramas. Pero lo quiero. Y él me quiere a mí. La primera vez que vine a este rincón de naturaleza fue por naturaleza que me senté en ese pino. No me senté en otro. Por algo será. Lo hice mío.

Pues bueno, y así estando, fue en ese instante cuando oí un sonido: “prric, prric”. Dos veces. Lo volví a oír de nuevo: “prric, prric”. Dos veces. Giré la cabeza y miré. Y allí estaba ella, a un metro y medio de mí posada en una rama baja del siguiente árbol.

Era una mariposa.

Y cantaba.

Nunca había visto un insecto así. Una mariposa de tamaño medio con las alas de color marrón y otros colores que ahora no recuerdo. “Prric, prric”, hacía la tía.

Mi sentimiento fue un poco de asombro y sorpresa. ¿Una mariposa que canta? No sé. Yo no soy experto en insectos… Las mariposas tienen el cuerpo delgado. Esta lo tenía más gordito, y las alas eran, como digo, de tamaño medio.

De alguna forma, cuando me decidí a mirarla y observarla bien, y aunque sin verla del todo, ella se puso a volar y yo detrás de ella. Me levanté del suelo y la seguí un rato por el espeso bosque. “Prric, prric”, no paraba de cantar. La fui siguiendo mientras se posaba en diferentes ramas y en diferentes árboles; hasta que desapareció de mi vista.

Lo que no desapareció fue el “prric, prric”. No paraba de oírlo, pero a ella ya no podía verla…

Oía su canto muy cerca de mí, pero no podía verla físicamente. Moví las ramas de donde venía su cantar para hacerla volar y verla de nuevo. Ya no estaba…

Me extrañé, porque oía el “prric, prric” cada vez más cerca de mí y ella parecía estar ya muy lejos…

Hasta que agudicé mis sentidos y puse mis ojos físicos muy cerca de las ramas de donde procedía el sonido. Me esforcé. Lo oía incesantemente. “Prric, prric”. “Prric, prric”. A escasos 20 centímetros de mi tercer ojo. Pero caray, la mariposa no estaba en ningún lado.

Cuando me cansé de examinar ramas di unos pasos hacia atrás y me dije: “bueno, adiós, mariposa cantarina”.

Retrocedí unos metros hacia mi árbol y hacia donde estaba el perro atado (cuando lo ato en el árbol siempre se está quieto. Creo que también medita y creo que también ése es su árbol…). Lo desaté y empecé a andar para salir del bosque y coger, como siempre, el camino que lo circunda.

Cuando llevaba un cuarto de hora caminando de vuelta a casa volví a acordarme de la curiosa mariposa…

Mientras andaba, me preguntaba: “que bicho más raro. ¿Qué caray será? Dios, y ha sido como que luego oía su canto pero no la veía… Es como si hubiera desaparecido de golpe… No sé… ¿Qué era ese bicho cantarín? ¿Qué hacía? ¿Qué me decía?”…

Estos eran mis pensamientos mientras caminaba de regreso a casa con la correa del perro en la mano derecha y mi bastón en la izquierda. “¿Dios, qué sería ese bicho?”…

Ah, y fue entonces cuando escuché una canción que provenía de la radio de un coche que estaba aparcado en la cuneta del camino con las puertas abiertas.

Se oía fuerte y clara en medio del silencio de la montaña. La canción era “There must be an angel (Playing with my heart)” (“Debe haber un ángel (Jugando con mi corazón)”) y, claro, esa canción me estaba dando la respuesta a mi pregunta.

Seguí caminando y supongo que una sonrisa se esbozó en mi cara.

Seguramente me duró hasta que llegué al portal de mi casa o quizá durante el resto del día.

Ahora, cada vez que voy a mi bosque y me siento en mi árbol espero la llegada de la mariposa cantarina y, a día de hoy, la muy burlona todavía no se ha dignado…

P.D. El lugar donde sucedió esto ya no existe. Hace unos años, el propietario de la finca decidió talar todo el bosque y convertir el terreno en un viñedo.

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